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La Cuaresma nos invita a recorrer un camino de conversión, "un tiempo de desierto y de gracia" que nos dispone a celebrar la Pascua y a participar de la resurrección de Cristo.

Con estas palabras pronunciadas en la homilía del 1° Domingo de Cuaresma, 9 de marzo, nuestro párroco nos recordó que el desierto es “un lugar de prueba”, pero también es “un espacio donde Dios nos fortalece en su voluntad”.

En ese sentido, el Evangelio presenta las tentaciones que Jesús enfrentó en el desierto, y que siguen presentes en la vida de cada cristiano:

  • El pan: Representa la tentación de vivir solo para lo material, preocupándonos únicamente del bienestar del cuerpo y olvidando el alimento espiritual.

  • El poder y la gloria: La seducción del dinero y del prestigio pueden desviar nuestro corazón de Dios. Como nos dice el Evangelio: “Dime dónde está tu corazón y yo te diré dónde está tu tesoro”.
  • La soberbia: Significa que nos cuesta aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida. Pero, la verdadera fe implica confianza, incluso cuando Su plan no coincide con nuestros deseos.


Las armas espirituales para la lucha

Ante estas tentaciones, la Cuaresma nos ofrece herramientas para fortalecer nuestra relación con Dios:

  • El ayuno: que nos ayuda a dominar nuestros deseos y recordar que solo Jesús es nuestro verdadero sustento.

  • La oración: a través de la visita a la Capilla de Adoración, el rezo del rosario o meditar la Palabra son prácticas que nos fortalecen en la fe y nos une más a Dios.

  • La limosna: que nos invita a salir de nosotros mismos y compartir con quienes más lo necesitan.


Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, y de la mano de nuestra Madre, la Virgen María, fortalecidos en la oración, confiando plenamente en Dios.